Mujeres, homosexuales, activistas políticos, antiguos funcionarios, militares y policías del régimen anterior y minorías religiosas y étnicas son los nuevos parias de Afganistán.
Talibanes ejecutando a una mujer en Kabul Foto: Asociacion de las Mujeres Revolucionarias en Kabul Wikimedia CC BY-SA 3.0
Ricardo Angoso
Ellos son los primeros objetivos a batir por los terribles talibanes.
En apenas unas semanas de agosto, la rápida ofensiva de los talibanes en Afganistán ha cambiado la vida de millones de afganos, toda vez que se esperaba un avance mucho más lento y que esta horda medieval no fuera a llegar a tocar las puertas de su casa en tan poco tiempo. Sin embargo, como diría el gran Karl Marx, «la historia ocurre dos veces: la primera vez como una gran tragedia y la segunda como una miserable farsa», tal como ahora ha ocurrido en Afganistán. La gran tragedia fue el primer periodo de los talibanes en el poder, devolviendo al país a la Edad Media y convirtiendo a millones de mujeres en seres invisibles, y después, es decir ahora, como una miserable farsa, en la que casi los mismos personajes tratan de engañarnos asegurando que respetarán los derechos humanos y no volverán a ultrajar a las mujeres. Mentira, mentira, mentira, como tantas veces a lo largo de su siniestra historia han hecho los talibanes.
Como recordaba el analista Antonio Albiñana, desde las páginas del diario El Tiempo, «Algunos eruditos han recordado estos días, la taqiyya (mentir en nombre de Alá). La doctrina islámica permite mentirles a los no musulmanes, basándose en los versículos del Corán, en los cuales Alá se descubre a sí mismo como el mejor “engañador” (Corán, 7:94). Todas las ramas del islam practican la taqiyya, la mentira, el disimulo, la ocultación… en nombre de Alá».
Para la mayoría de las mujeres afganas ha comenzado su segundo calvario, el primero ya lo conocieron durante el gobierno de los talibanes del siglo pasado (1994-2001), y para las más jóvenes se inicia una etapa de terror, marginación total en todos los aspectos de la vida y soledad, ya que tendrán que pasar el resto de sus vidas refugiadas en sus casas ajenas al mundo y sin poder buscar un trabajo o ir a la universidad. O ponerse el medieval burka para poder salir a las calles a mendigar algo para llevarse a la boca. Desde el año 2001, en que los Estados Unidos derribaron al gobierno de los talibanes, las mujeres se habían ido incorporando paulatinamente a la vida social, política, cultural y económica del país, pese a que el proceso era lento debido al arcaísmo que caracteriza a la sociedad afgana y al atraso cultural del país debido a una rígida interpretación del islam.
Algo parecido ocurre con los gays, siempre viviendo en un mundo de sombras y zozobras en una sociedad que los condena abiertamente, pero que, al menos, en estos años los toleraba y nos lo lapidaba. Ahora, de la noche a la mañana, todo ha cambiado para ellos. Los talibanes son conocidos por hacer cumplir la ley islámica de manera extrema y radical. Según la interpretación de la sharía que manejan, la homosexualidad está estrictamente prohibida y se castiga con la muerte. Ahora miles de hombres y mujeres gays tendrán que pasar a la clandestinidad, a ocultar sus sentimientos, si no quieren ser castigados con la muerte por este grupo integrista e intransigente que no suele perdonar estas conductas que, en su credo, son «aberrantes».
Pero tampoco lo tendrán fácil los antiguos servidores del ejecutivo depuesto o aquellos que hayan colaborado de alguna forma con los occidentales, sea cual sea su oficio, y los que lo han hecho ya han comenzado a huir por miles bien a través de los aviones fletados por los países europeos y los Estados Unidos o por tierra cruzando fronteras inexpugnables. Muchos, sin embargo, todavía esperan su salida en el aeropuerto o se ocultan en sus casas, escondiendo su identidad y, por supuesto, su pasado. Los militares y policías del depuesto gobierno también intentan huir y esconden o han tirado sus uniformes; en plena ofensiva talibán miles de soldados afganos huyeron a través de las fronteras de Tayikistán y Pakistán para evitar caer en manos de los talibanes. Sin embargo, la rápida ofensiva talibán y la inesperada y vertiginosa conquista de Kabul ha dejado a miles de funcionarios y servidores en los cuerpos de seguridad en manos de los talibanes, que ahora les cortan el paso al aeropuerto y han comenzado a perseguirles con saña buscándoles casa por casa.
La persecución de las minorías religiosas y étnicas
En lo que respecta a las minorías religiosas, como los cristianos, la cadena religiosa española COPE informaba recientemente que la mayor parte de los sacerdotes y monjas presentes en el país se preparaban para salir lo más pronto posible de Afganistán ante el temor a que los talibanes, pese a sus anuncios de que no se tomarán la revancha, inicien la temida persecución religiosa, como ocurrió en los viejos tiempos de los que todos tienen en la memoria.
En una nota publicada en la página web de esa emisora reseña hemos podido leer esta información al respecto: «Se estima que en Afganistán hay entre 10.000 y 12.000 cristianos, la mayoría de ellos protestantes y conversos del islam, según recoge la ONG International Christian Concern (ICC), “lo que lo convierte en el grupo minoritario religioso más grande del país. Sin embargo, debido a la persecución extrema, la comunidad cristiana permanece en gran parte encerrada y oculta a la vista del público”. Esta ONG afirma que para la Iglesia clandestina de ese país asiático “el regreso de los talibanes al gobierno ha llenado de miedo e incertidumbre a muchos. Si bien los talibanes han anunciado una amnistía general, líderes cristianos temen que los bautizados sigan siendo el objetivo de los combatientes talibanes que patrullan las calles de Kabul y otras ciudades”.
Para concluir, Afganistán comienza un nuevo ciclo político en que las libertades religiosas, políticas y sexuales estarán absolutamente restringidas con toda seguridad. Es fácil de predecir que se instalará un régimen de carácter teocrático que tendrá en el epicentro del sistema la ley islámica o la sharía, dando por hecho la desaparición del sistema político anterior y, consiguientemente, del pluralismo existente hasta ahora. Seguramente, los talibanes no lo tendrán tan fácil como en el pasado para doblegar a una sociedad que hasta ahora había respirado algo de libertad y gozado de un sinfín de posibilidades desconocidas hasta el año 2001, pero dada la experiencia en las zonas que han ido ocupando los talibanes, en donde han impuesto el régimen del terror y la represión de toda forma de disidencia, no se abrigan muchas esperanzas con respecto al futuro de Afganistán, cada día más lejos de la democracia y la libertad.
Fuente : Aurora Digital
Victor Villasante
Pacífico Comunicaciones
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